jueves, 26 de febrero de 2015

Las Runas. Teoría 1


Este tema es amplio y podría llegar a muy largas consideraciones. Por diversas razones, las runas han provocado, casi desde su aparición, largos estudios cuyo carácter casi obligado, es la fantasía. Intentaremos contemplar en este texto el balance de lo aceptado por la investigación y ofrecer las informaciones indispensables.

Las runas hacen su aparición hacia el año 200. El problema de su origen ha sido objeto de eruditas disputas, hoy apaciguadas. Las runas derivan de las escrituras norditálicas, variantes de la escritura latina clásica, por consiguiente. Las regiones en las que se utilizaban estas escrituras eran conocidas por buen número de tribus germánicas, especialmente escandinavas y son esas tribus las que las difundieron. Surgen con una notable uniformidad en toda el área de expansión germánica y no son de ninguna forma, en el origen, una especialidad escandinava. Existen primero bajo la forma de un
"alfabeto" de veinticuatro signos, llamado "futhark", por el nombre de las seis primeras runas. La costumbre es repartirlas en tres grupos de ocho o "aettir". Los signos se graban con un objeto puntiagudo sobre un soporte igualmente duro. Es decir, nos encontramos ante una escritura exclusivamente epigráfica. No hay un texto largo en runas.



Se ha debatido durante mucho tiempo el problema de la naturaleza de las runas. No son signos mágicos, sino una escritura como cualquier otra, que puede servir tanto a fines utilitarios como a intenciones mágicas. El argumento lingüístico es, en este punto, decisivo. La fonología demuestra que los veinticuatro signos de este alfabeto cubren todas las necesidades concretas del proto-escandinavo y que ninguno es inútil.

El proto-escandinavo, es una lengua perteneciente a la familia germánica, siendo ésta una rama del indoeuropeo. Está por lo tanto completamente emparentada con otras lenguas indoeuropeas. Un poco antes del comienzo de nuestra era, el germánico no se había diferenciado todavía en subfamilias; oriental (el gótico), occidental (que dará poco a poco el inglés, el alemán y el holandés), y septentrional (de donde surgirán los actuales danés, sueco, noruego e islandés). No es sino, poco a poco, como se ve emerger un primer estado de esa rama septentrional al que se le da el nombre de protoescandinavo (sueco urnordisk). Este proto-escandinavo se dividirá, a continuación, en
dos ramas, una oriental, que dará nacimiento al danés y al sueco, y otra, occidental, de
la que provendrán el noruego, el feroés y el islandés.

Todos estos idiomas poseen los caracteres específicos de las lenguas germánicas:
conocen un acento fuerte sobre la primera sílaba de las palabras; han sufrido lo que los especialistas llaman la primera mutación consonántica (es decir, que las plosivas, p, t, k, b, d, g, sufren ciertas modificaciones, en diacronía, según su lugar en la palabra con respecto al acento tónico); tienen una declinación llamada débil del adjetivo (esto depende del hecho de que el adjetivo epíteto vaya, o no, precedido por un artículo. Por último, poseen una conjugación igualmente llamada débil de los verbos. Algunos, y este debía ser el caso normal en indoeuropeo, señalan el paso al pretérito y al participio
pasado por una modificación de la vocal radical, mientras que otros forman pretérito y participio pasado añadiendo un sufijo que implica una dental.

La evolución de estas lenguas continua hasta finales de la Edad Media, cuando se fija un poco la fisonomía que tienen actualmente. Pero hay un rasgo completamente notable y absolutamente excepcional y es que, habiéndose fijado el islandés antiguo siempre en el mismo lugar, por razones geográficas e históricas, a partir del siglo XIII, no ha evolucionado en absoluto desde hace un milenio, si no es en la pronunciación. Los islandeses de hoy tienen una lengua que era la de los vikingos.
En cuanto a las runas, por el tenor de las inscripciones, si bien es evidente que, al pertenecer el conocimiento de esos signos en primer lugar a una elite, las formulaciones son muy a menudo de carácter esotérico, el conjunto no deja de decepcionar: marcas de posesión, fórmulas conmemorativas, etc. Sin duda no conviene tomar al pie de la letra las declaraciones del "Altísimo" (Odín) en el Hávamál de la Edda Poética. Es un texto demasiado compuesto y demasiado atiborrado de influencias diversas para que podamos confiar en él, sobre todo en sus partes más o menos oscuras. Odín nos explica allí cómo adquiere, por ahorcamiento sagrado, el saber supremo. Después da un catálogo de las operaciones que hay que ejecutar para ser un buen conocedor de las runas.

En otro texto de la misma compilación, en el Rigsthula, el conocimiento de las runas se presenta claramente como patrimonio de los nobles.

El rasgo apasionante es que hacia el comienzo de la era vikinga (y esta conjunción no puede despreciarse en ningún caso) este alfabeto de veinticuatro signos se simplifica radicalmente, de un solo golpe, en toda Escandinavia (el resto de Germania, convertido al cristianismo mucho antes que el Norte y en contacto directo con el mundo latino, había adoptado la escritura latina desde hacía tiempo) para pasar dieciséis signos, mientras que la fonética del nórdico antiguo, a causa de fenómenos como la metafonía, se enriquece con algunos fonemas nuevos. En otras palabras, en el momento que hubiera sido bueno ampliar el alfabeto para hacer frente a las nuevas necesidades de la lengua, se lo simplifica en un tercio.

Tal como son, estas inscripciones nos iluminan a veces las prácticas religiosas paganas de esos hombres. Algunos invocan a Thor o a Sigurd, matador de Fafnir; otras se valen expresamente de ritos mágicos (así un sacerdote cristiano en Urnes, Noruega, escondió bajo el suelo de la iglesia una plancha grabada con la inscripción "Arni el sacerdote quiere poseer a Inga"), o bien en Gorlev, Dinamarca, una inscripción en memoria de un cierto Odinskar termina con el deseo: "Disfruta de tu tumba", es decir, "sé feliz en tu nuevo estado de muerto y no regreses al mundo de los vivos", una fórmula de conjuro por consiguiente. En otras partes se pretende ensalzar a la familia del desaparecido.

También hay detalles de legislación o de administración, marcas de propiedad, como por ejemplo, la fijación de los límites de tierras. Se dispone de un cuerpo impresionante de inscripciones rúnicas, en piedra sobre todo, que tratan de casi todos los temas posibles, en fórmulas lacónicas, a partir, en general, de intenciones conmemorativas de un desaparecido. Su estudio ha sido realizado con cuidado y son los únicos escritos de los vikingos en su época.

Conviene señalar en primer lugar, que una inscripción rúnica bien ejecutada posee en sí un indiscutible valor artístico, dado que la mayor parte, o bien forman como una serpiente que se muerde la cola, o bien están dispuestas alrededor de motivos decorativos, incluso con representaciones de determinados hechos. Hay algunas especialmente logradas, como la de Ramsundsberget, donde se ilustra el episodio
central del ciclo heroico de Sigurd, cuando mata al dragón Fafnir, o la de Altuna en Suecia, que representa, entre otros motivos, a Thor pescando la gran serpiente de Midgard.

En el origen, estas inscripciones estaban sin duda pintadas o teñidas de ocre y hollín, lo que debía darles un aspecto hermoso. Las runas en nuevo futhark son precisamente aquellas que conocieron y utilizaron los vikingos.

Grabarlas, leerlas, interpretarlas, no estaba ciertamente al alcance de cualquiera.
Existieron lo que habría de denominarse "escuelas" de grabadores, fácilmente reconocibles y sucede muy a menudo, que al final de una inscripción, el grabador se da orgullosamente a conocer.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario