Prepare el altar con todo lo necesario para realizar el ritual, abra el círculo y purifique los instrumentos.
Ponga en el platillo de las ofrendas un puñado de pétalos de rosa, algunas hojas de laurel, un lirio blanco, una cinta blanca, un cristal de cuarzo hialino y un trocito de adularia.
Encienda un carboncillo y fumigue la habitación con un incienso compuesto por madera de sándalo, granos de benjuí, hojas de tuya, flores de artemisa y diez gotas de aceite esencial de jazmín. Encienda una vela de color blanco o plateado y haga un ejercicio de enraizamiento.
Piense intensamente en la divinidad que está en la naturaleza y en usted, véala personificada en una muchacha, una mujer madura y una anciana que va a su encuentro y le sonríen.
Recite esta plegaria: Yo te invoco, antiguas madres, fuerzas antiguas de lo femenino, señoras de la vida de los hombres, dueñas de los sentimientos y de las emociones, ustedes que son tres pero son una, la única Gran Diosa.
Diosa, yo te invoco en tu aspecto de muchacha: dame fuerza, vitalidad, energía, alegría y la capacidad de ver de forma positiva la vida que tengo por delante. Diosa, yo te invoco en tu aspecto de madre: dame fertilidad y abundancia, y la capacidad de ayudar a quien lo necesita.
Diosa, yo te invoco en tu aspecto de anciana: dame sabiduría y paciencia, y la capacidad de soportar los reveses y problemas de esta vida. Madre de todo y de todos. Tú que eres una y tres, bendíceme todos los días de mi vida, protégeme de las desgracias, defiéndeme de mis enemigos, ayúdame en el desaliento, acepta mi plegaria.
Baile alrededor del altar y vaya acumulando energía, suelte el cono de poder y visualice el resultado obtenido: las tres diosas tienen su rostro y usted resplandece con su luz. Observe con atención la llama de la vela y deje vagar la mente, de forma que la Gran Madre pueda abrazarla tiernamente y derramar sobre usted la bendición de sus dones. Deje consumir la vela completamente.
Una vez acabado el ritual, ponga los restos de cera en un paño azul oscuro, y anúdelo con la cinta blanca. Entiérrelo en un lugar que le sea grato, al que a menudo acuda a pensar o meditar.
Deje las ofrendas durante una semana en el platito situado sobre el altar.
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