Caillech,
la Reina de las hadas de invierno, relevaba a Carlin en el gobierno de la
naturaleza. Poco a poco, el paisaje otoñal iba dejando paso a los vientos
fríos, la escarcha y los hielos del invierno. Las altas cumbres se cubrían de
nieve y todo parecía entrar en un profundo letargo hasta el despertar del
Beltane, la festividad del fuego. Cada año, el llegar del invierno es un
momento mágico y hermoso. El suelo se endurece con el hielo y Caillech se
adueña de los campos y de las montañas silenciosas, solo perturbadas por el
silbido del viento, y cubre el paisaje con un manto blanco. En las planicies
nórdicas, Caillech se conoce con el nombre de Reina de las Nieves. De ella se
dice que es fría e implacable, y que conduce un trineo blanco arrastrado por dos
corceles a través del solitario invierno.
En Alemania, la estación invernal
está gobernada por la amable Frau Hölle, que todos los años sacude su edredón
con fuerza, las plumas salen de su interior y se convierten en pequeños copos
de nieve a medida que van cayendo al suelo. En Rusia, en cambio, el dueño y
señor del invierno es el padre frío, que agita los vientos y las tempestades de
nieve sobre las grandes estepas, con una furia inusitada. Caillech se sirve a
menudo de su corte de hadas y elfos para realizar sus tareas invernales. Las
Vilas, por ejemplo, salvan a los hombres, que se extravían en las altas cumbres
nevadas y algo parecido sucede con los Barbegazi, que hacen sonar un potente
cuerno para advertir a los hombres y a los animales del peligro de los aludes
que están a punto de desprenderse. En algunos lugares, Caillech se presenta
como una bruja de larga cabellera blanca y el rostro azulado por el frío, en
algunos relatos del Suroeste de Munster, se cuenta que, mediante un hechizo,
Caillech se convierte en una hermosa joven al llegar la primavera. Los hombres
del hielo, súbditos de Caillech, tienen los pelos de las barbas y las uñas de
los dedos como afilados carámbanos de hielo, y su aliento levanta furiosas
ventiscas. Su carácter frío puede ser peligroso para los humanos, pues si se
enojan pueden convertirlos en témpanos de hielo o muñecos de nieve.
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