Aunque el cuerpo humano nace íntegro en un instante, el corazón humano nunca termina de nacer. Es pando en
cada vivencia de tu vida. Todo cuanto te sucede tiene el potencial de
hacerte más profundo. Hace nacer en ti nuevos territorios del corazón. Patrick
Kavanagh aprehende esta sensación de bendición del suceso: «Ensalza, ensalza,
ensalza/lo que sucedió y lo que es». Se unge el corazón como órgano principal de la
salud del niño, pero también como lugar donde anidarán sus sentimientos. La
oración pide que el niño que acaba de nacer jamás quede atrapado, apresado o
enredado en las falsas redes interiores del negativismo, el rencor o la
autodestrucción. Con las bendiciones se aspira a que el niño posea fluidez de
sentimientos en su vida, que sus sentimientos fluyan libremente, transporten su
alma hacia el mundo y recojan de éste alegría y paz.
Sobre el telón de fondo de la infinitud del cosmos y la profundidad
hermética de la naturaleza, el rostro humano resplandece como icono de la
intimidad. Es aquí, en este icono de la presencia humana, donde la divinidad
creadora se acerca más a sí misma. El rostro humano es el icono de la creación.
Cada persona posee a la vez un rostro interior, intuido pero jamás visto. El
corazón es el rostro interior de tu vida. El .viaje humano trata de que este
rostro sea bello. Es aquí donde el amor anida en tu seno. El amor es absolutamente
vital para la vida humana. Porque sólo el amor puede despertar la divinidad en
ti. En el amor creces y vuelves a ti mismo. Cuando aprendes a amar y a
permitir que tu yo sea amado, vuelves a la casa de tu propio espíritu. Estás
abrigado y a salvo. Alcanzas la integridad en la casa de tus anhelos y tu
arraigo. Ese crecimiento y retomo a la casa es el beneficio inesperado del acto
de amar a otro. El primer paso del amor es prestar atención al otro, un acto
generoso de negación del propio yo. Paradójicamente, ésta es la condición que
nos permite crecer.
Cuando despierta el alma, comienza la búsqueda y jamás podrás volver
atrás. A partir de ese momento se enciende en ti un anhelo especial que no
permitirá que te entretengas en las estepas de la autocomplacencia y la realización
parcial. La eternidad te apremia. Eres reacio a permitir que un acomodo o la
amenaza de un peligro te impida bregar para alcanzar la cima de la
realización. Cuando se te abre este camino espiritual, puedes aportar al mundo
y a la vida de los demás una generosidad increíble. A veces es fácil ser
generoso hacia fuera, dar mientras se es tacaño con uno mismo. Si eres
generoso para dar, pero tacaño para recibir, pierdes el equilibrio de tu alma.
Debes ser generoso con tu propio yo para recibir el amor que te rodea. Puedes
sufrir la sed desesperante de ser amado. Puedes buscar durante largos años en
lugares desiertos, muy lejos de ti. Sin embargo, en todo este tiempo, este amor
está a centímetros de ti. Está en el borde de tu alma, pero has sido ciego a su
presencia. Debido a una herida, una puerta del corazón se ha cerrado y eres
incapaz de abrirla para recibir el amor. Debemos estar atentos para ser capaces
de recibir. Boris Pasternak dijo: «Cuando un gran momento llama a la puerta de
tu vida, a veces el ruido no es más fuerte que el latido de tu corazón y es muy
fácil pasarlo por alto».
Es una extraña paradoja que el mundo ame el poder y la propiedad. Puedes
ser un triunfador en este mundo, ser objeto de admiración universal, poseer
vastas propiedades, una hermosa familia, triunfar en el trabajo y tener todo lo
que el mundo puede dar, pero detrás de esa fachada puedes sentirte totalmente
perdido y desdichado. Si tienes todo lo que el mundo puede ofrecerte, pero te
falta amor, eres el más pobre de los pobres. Todo corazón
humano tiene sed de amor. Si en tu corazón no anida la calidez del amor, no
tienes nada que celebrar ni que disfrutar. Aunque seas industrioso,
competente, seguro de tí o respetado, no importa lo que tú mismo o los demás
piensen de ti, lo único que realmente anhelas es amor. No importa dónde
estemos, qué o quiénes somos, en qué viaje estamos embarcados, todos
necesitamos el amor.
Aristóteles dedica varias páginas de su Ética a reflexionar sobre la amistad. La basa en la idea de la
bondad y la belleza. El amigo es el que desea el bien del otro. La amistad es
la gracia que da calor y dulzura a la vida: «Nadie quiere vivir sin amigos,
aunque no le falte nada más».
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