martes, 2 de septiembre de 2014

El ojo es como el alba

Veamos en primer término el sentido de la vista. En el ojo humano, la intensidad de la presencia humana se concen­tra de manera singular y se vuelve accesible. El universo en­cuentra su reflejo y comunión más profundos en él. Puedo imaginar a las montañas soñando con el advenimiento del ojo humano. Cuando se abre, es como si se produjera el alba en la noche. Al abrirse, encuentra un mundo nuevo. Tam­bién es la madre de la distancia. Al abrirse, nos muestra que los otros y el mundo están fuera, distantes de nosotros. El acicate de tensión que ha animado a la filosofía occidental es el deseo de reunir el sujeto con el objeto. Acaso es el ojo como madre de la distancia quien los separa.

Pero en un sentido maravilloso, el ojo, como madre de la distancia, nos lleva a preguntarnos por el misterio y la alteridad de todo lo que está fuera de nosotros. En este senti­do, el ojo es a la vez la madre de la intimidad, ya que acerca lo demás a nosotros. Cuando realmente contemplas algo, lo incorporas a ti. Se podría escribir una bella obra espiritual sobre la santidad de la contemplación. Lo opuesto de ésta es la mirada escrutadora. Cuando te escrutan, el ojo del Otro es un tirano. Te conviertes en objeto de la mirada del Otro de una forma humillante, invasora y amenazante.
Cuando miras algo profundamente, se vuelve parte de ti. Éste es uno de los aspectos siniestros de la televisión. La gente mira constantemente imágenes vacías y falsas; imá­genes pobres que invaden el mundo interior del corazón. El mundo moderno de la imagen y los medios electrónicos recuerdan la maravillosa alegoría de la cueva de Platón. Los prisioneros, engrillados y alineados, contemplan la pared de la cueva. El fuego que arde a sus espaldas proyecta imá­genes en la pared. Los prisioneros creen que esas imágenes son la realidad, pero sólo son sombras reflejadas. La televi­sión y el mundo informático son enormes páramos llenos de sombras. Cuando contemplas algo que puede devolver­te la mirada o que posee reserva y profundidad, tus ojos se curan y se agudiza tu sentido de la vista.
Existen personas físicamente ciegas, que han vivido siempre en un monopaisaje de tinieblas. Nunca han visto una ola, una piedra, una estrella, una flor, el cielo ni la cara de otro ser humano. Sin embargo, hay personas con visión perfecta que son totalmente ciegas. El pintor irlandés Tony O'Malley es un artista maravilloso de lo invisible; en una bella introducción a su obra, el artista inglés Patrick Heron dijo: «A diferencia de la mayoría de las personas. Tony O'Malley anda por el mundo con los ojos abiertos».
Muchos hemos convertido nuestro mundo en algo tan familiar que ya no lo miramos. Esta noche podrías hacerte la siguiente pregunta: ¿Qué he visto realmente hoy? Te sor­prendería lo que no has visto. Tal vez tus ojos han sido re­flejos condicionados que han funcionado todo el día de manera automática, sin prestar verdadera atención ni reco­nocer nada; tu mirada jamás se ha detenido ni prestado atención. El campo visual siempre es complejo, los ojos no pueden abarcarlo todo. Si tratas de captar el campo visual total, éste se vuelve indistinto y borroso; si te concentras en un aspecto, lo ves claramente, pero pierdes de vista el con­texto. El ojo humano siempre selecciona lo que quiere ver, a la vez que evita lo que no quiere ver. La pregunta crucial es qué criterio empleamos para decidir qué queremos ver y cómo eludimos lo que no queremos ver. Esa estrechez de miras es causa de muchas vidas limitadas y negativas.

Es desconcertante comprobar que lo que ves y cómo lo ves determina cómo y quién serás. Un punto de par­tida interesante para el trabajo interior es explorar la pro­pia manera particular de ver las cosas. Pregúntate: ¿de qué manera contemplo el mundo? La respuesta te permitirá descubrir tus criterios para ver. Hay muchos estilos de visión.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario