Tradicionalmente se decía que el aliento era el camino
por el que el alma entraba en el cuerpo. La respiración siempre se hace a
pares, salvo en los casos del primer y último suspiros. Una de las
designaciones más antiguas de Dios es la palabra hebrea Ruach, que también
significa aire o viento. La palabra sugiere que Dios era como el aliento o el
viento debido a la fuerza y poder increíbles de la divinidad. Esta concepción antigua vincula la creatividad irrefrenable del Espíritu con
el aliento del alma en la persona humana. El aliento también es una metáfora
apropiada porque la divinidad, como aquél, es invisible. El mundo del
pensamiento reside en el aire. Todos nuestros pensamientos suceden en ese elemento.
Debemos nuestros mayores pensamientos a la generosidad del aire. Es la raíz de
la idea de inspiración, ya que uno inspira o incorpora con el aliento los
pensamientos contenidos en el elemento aire. La inspiración no se puede programar.
Uno puede prepararse, estar dispuesto a recibir la inspiración, que es
espontánea e imprevisible, contraria a las pautas de repetición y expectativa.
La inspiración siempre es una visita inesperada.
Para trabajar en el mundo intelectual, de la investigación
o del arte literario uno trata de agudizar sus sentidos a fin de estar
preparado para aprehender las grandes imágenes o los pensamientos cuando se
presentan. El sentido del olfato incluye la sensualidad de la fragancia, pero
la dinámica del aliento también incorpora el mundo profundo de la oración y la
meditación donde a través del ritmo del aliento uno alcanza su nivel primordial
del alma. A través del aliento meditado uno empieza a experimentar un lugar
interior que toca el terreno divino. El aliento y el ritmo de la respiración
pueden devolverte a tu antigua comunión, a la casa que según Eckhart jamás
abandonaste, donde vives desde siempre; la casa de la comunión espiritual.
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