Hay una presencia que recorre contigo el camino de la
vida. Jamás te abandona. A solas o acompañado, siempre la tienes contigo.
Cuando naciste, salió contigo del útero, pero con la conmoción de tu llegada
nadie lo advirtió. Aunque te rodea, tal vez no seas consciente de su compañía.
Esta presencia es la Muerte.
Nos equivocamos al creer que la muerte sólo llega al
final de la vida. Tu muerte física no es sino la consumación de un proceso
iniciado por tu acompañante secreto en el momento en que naciste. Tu vida es la
de tu cuerpo y tu alma, pero la muerte rodea a ambos. ¿Cómo se manifiesta en
nuestra experiencia cotidiana? La vemos en distintos disfraces en las zonas de
nuestra vida en que somos vulnerables, débiles, negativos o estamos heridos.
Uno de los rostros de la muerte es la negatividad. En cada uno hay una herida
de negatividad; es como una llaga en tu vida. Puedes ser cruel y destructivo
contigo mismo incluso cuando los tiempos son buenos. Algunas personas están
viviendo momentos maravillosos en este preciso instante, pero no se dan cuenta
de ello. Tal vez, más adelante, en épocas duras o destructivas, uno recordará
esos tiempos y dirá: «Era feliz entonces, pero lamentablemente no me daba
cuenta».
Las caras de la muerte en la vida cotidiana
En nuestro interior hay una fuerza de gravedad que
pesa sobre nosotros y nos aleja de la luz. El negativismo es una adicción a la
sombra tétrica que revolotea alrededor de cada forma humana. En una poética de
desarrollo o de vida espiritual, una de nuestras actividades constantes es la
transfiguración de este negativismo, la fuerza y la cara de tu muerte que roe
tu permanencia en el mundo. Quiere transformarte en un forastero en tu propia
vida. Este negativismo te condena a un exilio frío, lejos de tu propio amor y
calor. Si te ocupas consecuentemente de esta tendencia, puedes transfigurarla
al volverla hacia la luz de tu alma. Esta luz espiritual le resta gradualmente
gravedad, peso y poder destructivo al negativismo. Poco a poco, lo que llamas
tu lado negativo puede convertirse en tu interior en una gran fuerza de
renovación, creatividad y desarrollo. Todos debemos hacerlo. El sabio es el que
sabe dónde reside su negativismo pero no se vuelve adicto a él. Detrás de tu
negativismo hay una presencia mayor y más generosa.
Con su transfiguración, vas hacia la luz que se oculta
en esa presencia mayor. Al transfigurar constantemente los rostros de tu
propia muerte te aseguras de que al final de tu vida la muerte física no vendrá
como un extraño a robarte esa vida que tenías; conocerás perfectamente su
rostro. Por haber superado el miedo, tu muerte será un encuentro con un amigo
de toda la vida proveniente de lo más profundo de tu propia naturaleza.
Otro de los rostros de la muerte, otra de sus expresiones
en la vida cotidiana, es el miedo. Ningún alma está libre de esta sombra. El
valiente es el que puede identificar sus miedos y los aprovecha como fuerza de
creatividad y desarrollo. Hay distintos niveles de miedo en nuestro interior.
Uno de sus aspectos más poderosos es su increíble habilidad para falsificar
las realidades de tu vida. No conozco otra fuerza capaz de destruir la
felicidad y tranquilidad de tu vida con tanta rapidez. Puede volver tu alma
irreal y destruir tus vínculos de arraigo.
Hay distintos niveles de miedo. A muchas personas les
aterra la idea de perder el control y lo utilizan como mecanismo para
estructurar su vida. Quieren controlar lo que sucede a su alrededor y a ellos
mismos. Pero el exceso de control es destructivo. Es quedar atrapado en una
trama protectora que uno mismo teje en torno de su vida. Así uno puede quedar
marginado de muchas bendiciones que le están destinadas. El control siempre
debe ser parcial y transitorio. En momentos de dolor, y sobre todo en el de la
muerte, tal vez no puedas conservar este control. La vida mística siempre ha
reconocido que el distanciamiento del yo es necesario para llegar a la
presencia divina en el interior de uno mismo. Cuando dejes de controlar, te
asombrarás al ver hasta qué punto se enriquece tu vida. Las cosas falsas a las
que te habías aferrado se alejan rápidamente. Lo verdadero, lo que amas
profundamente, lo que es verdaderamente tuyo, penetran en tu interior. Ahora
nadie podrá quitártelos.
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