Para el ojo temeroso, todo es amenazante. Cuando miras
al mundo con temor, sólo puedes ver y concentrarte en las cosas que pueden
dañar o amenazarte. El ojo temeroso siempre está acosado por las amenazas.
Para el ojo codicioso, todo se puede poseer. La
codicia es una de las fuerzas potentes del mundo occidental moderno. Lo triste
es que el codicioso jamás disfrutará de lo que tiene, porque sólo puede pensar
en lo que aún no posee, tierras, libros, empresas, ideas, dinero o arte. La
fuerza motriz y las aspiraciones de la codicia siempre son las mismas. La
felicidad es posesión, pero lo triste es que ésta vive en un estado permanente
de desasosiego; su sed interior es insaciable. La codicia es patética porque
siempre la acosa y la agota la posibilidad futura; jamás presta atención al presente.
Con todo, el aspecto más siniestro de la codicia es su capacidad para adormecer
y anular el deseo. Destruye la inocencia natural del deseo, aniquila sus horizontes
y los reemplaza por una posesividad frenética y atronada. Esta codicia envenena
la Tierra y empobrece a sus habitantes. Tener se ha convertido en el enemigo
siniestro de ser.
Para el ojo que juzga todo está encerrado en marcos
inamovibles. Cuando mira hacia el exterior, ve las cosas según criterios
lineales y cuadrados. Siempre excluye y separa, y por eso jamás mira con
espíritu de comprensión o celebración. Ver es juzgar. Lamentablemente, el ojo
que juzga es igualmente severo consigo mismo. Sólo ve las imágenes de su
interioridad atormentada proyectadas hacia el exterior desde su yo. El ojo que
juzga recoge la superficie reflejada y llama verdad a eso. No posee el don de
perdonar ni la imaginación suficiente para llegar al fondo de las cosas, donde
la verdad es paradójica. El corolario de la ideología del juicio superficial
es una cultura que se basa en las imágenes inmediatas.
Al ojo rencoroso, todo le es escatimado. Los que han
permitido que se forme la úlcera del rencor en su visión jamás pueden
disfrutar de lo que son o poseen. Siempre miran al otro con rencor, acaso
porque lo ven más bello, inteligente o rico que a sí mismos. El ojo rencoroso,
vive de su pobreza y descuida su propia cosecha interior.
Al ojo indiferente nada le interesa ni despierta. La
indiferencia es uno de los rasgos de nuestro tiempo. Se dice que es uno de los
requisitos del poder; para controlar a los demás, hay que saber ser
indiferente a las necesidades y flaquezas de los controlados. Así, la
indiferencia exige una gran capacidad para no ver. Para desconocer las cosas se
requiere una energía mental increíble. Sin que lo sepas, la indiferencia puede
llevarte más allá de las fronteras de la comprensión, la curación y el amor.
Cuando te vuelves indiferente, cedes todo tu poder. Tu imaginación cae en el
limbo del cinismo y la desesperación.
Para el ojo
inferior, los demás son mejores, más bellos, brillantes y dotados que uno. El
ojo inferior siempre aparta la vista de sus propios tesoros. Jamás celebra su
presencia ni su potencial. El ojo inferior es ciego a su belleza secreta. El
ojo humano no fue hecho para mirar hacia arriba y potenciar la superioridad
del Otro, sino para mirar hacia abajo, para reducir al Otro a inferioridad.
Mirar a alguien a los ojos es un bello testimonio de verdad, coraje y
expectativa. Cada uno ocupa un terreno común, pero propio.
Para el ojo que ama, todo es real. Este arte del amor
no es sentimental ni ingenuo. Este amor es el mayor criterio de verdad,
celebración y realidad. Según Kathleen Raine, poetisa escocesa, lo que no ves a
la luz del amor no lo ves en absoluto. El amor es la luz en la cual vemos la
luz, aquella en la cual vemos cada cosa en su verdadero origen, naturaleza y
destino. Si pudiéramos contemplar el mundo con amor, éste se presentaría ante
nosotros pictórico de incitaciones, posibilidades, profundidad.
El ojo que ama puede seducir el dolor y la violencia
hacia la transfiguración y la renovación. Brilla porque es autónomo y libre.
Todo lo contempla con ternura. No se deja atrapar por las aspiraciones del
poder, la seducción, la oposición ni la complicidad. Es una visión creativa y
subversiva. Se alza por encima de la aritmética patética de la culpa y el
juicio y aprehende la experiencia a nivel de su origen, estructura y destino.
El ojo que ama ve más allá de la imagen y provoca los cambios más profundos. La
visión desempeña una función central en tu presencia y creatividad. Reconocer
cómo ves las cosas puede llevarte al autoconocimiento y permitirte vislumbrar
los tesoros maravillosos que oculta la vida.
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