miércoles, 23 de julio de 2014

El espejo social


Si la única visión que tenemos de nosotros mismos proviene del espejo social (del actual paradigma social y de las opiniones, percepciones y paradigmas de las personas que nos rodean), la concepción que tengamos de nosotros será como la imagen reflejada en los espejos deformantes de las ferias.

«Siempre te retrasas.»
« ¿Por qué no puedes mantener las cosas en orden?»
« ¡Tienes que ser un artista!»
« ¡Comes como un cerdo!»
« ¡Me parece increíble que hayas ganado!»
«Esto es tan simple... ¿Por qué no lo comprendes?»

Estas imágenes están como desmembradas y carecen de proporción. A menudo son más proyecciones que reflejos: proyectan las preocupaciones y las debilidades de carácter de las personas en las que se originan, y no nos proporcionan un reflejo correcto de lo que somos.
El reflejo de los actuales paradigmas sociales nos dice que estamos en gran medida determinados por el condicionamiento y por ciertas condiciones. Aunque hayamos reconocido el tremendo poder del condicionamiento en nuestras vidas, decir que estamos determinados por él, que no tenemos ningún control sobre esa influencia, genera un mapa totalmente distinto.
Hay en realidad tres mapas sociales, tres teorías deterministas ampliamente aceptadas, que independientemente o en combinación, pretenden explicar la naturaleza del hombre.
El determinismo genético
Dice básicamente que la culpa es de los abuelos. Ésa es la razón de que tengamos mal genio. Tus abuelos eran irascibles y eso está en su ADN. El ADN pasa de generación en generación y tu lo ha heredado.
Además tu eres Méxican@, y así son los Méxican@.

El determinismo psíquico
Dice básicamente que la culpa es de los padres. Su educación, sus experiencias infantiles establecieron lo esencial de sus tendencias personales y la estructura de su carácter. A ello se debe que no te guste estar rodeado de personas. Así es como te educaron tus padres. Te  sientes terriblemente culpable si comete un error porque en su más profundo interior recuerda la impresión emocional recibida cuando eras muy vulnerable, tierno y dependiente. Se recuerda el castigo, el rechazo, la comparación con los demás y los problemas emocionales, cuando uno no se comportaba de acuerdo con lo esperado.
El determinismo ambiental
Dice que la culpa es del patrón o el jefe (o de su esposa, su hijo adolescente, su Situación económica o la política nacional). Alguien o algo de su ambiente son responsables de tu situación.
Todos estos mapas se basan en la teoría de estímulo/respuesta que solemos asociar con los experimentos de Pavlov. La idea básica es que estamos condicionados para responder de un modo particular a un estímulo concreto.

¿Con cuánta precisión y funcionalidad describen estos mapas el territorio? ¿Con cuánta claridad reflejan esos espejos la naturaleza verdadera del hombre? ¿Se convierten en profecías de autocumplimiento? ¿Se basan en principios que podemos comprobar en nuestro interior?

Entre estímulo y respuesta
En las más degradantes circunstancias imaginables, se puede usar el privilegio humano de la autoconciencia para descubrir un principio fundamental de la naturaleza del hombre: entre el estímulo y la respuesta, el ser humano tiene la libertad interior de elegir.
La libertad de elegir incluye los privilegios que nos singularizan como seres humanos. Además de la autoconciencia, tenemos imaginación (capacidad para ejercer la creación en nuestras mentes, yendo más allá de la realidad presente). Tenemos conciencia moral (una profunda percepción interior de lo que es correcto o incorrecto, de los principios que gobiernan nuestra conducta, y de la medida en que nuestros pensamientos y acciones están en armonía con dichos principios). Y tenemos voluntad independiente (capacidad para actuar sobre la base de nuestra autoconciencia, libres de cualquier otra influencia).
Ni siquiera los animales más inteligentes tienen esos recursos. Podemos decir, con una metáfora tomada del lenguaje de la informática, que ellos están programados por el instinto o el adiestramiento, o por ambas cosas. Se los puede adiestrar para que sean responsables, pero no pueden asumir la responsabilidad de ese adiestramiento; en otras palabras, no pueden dirigirlo. No pueden cambiar la programación. Ni siquiera tienen conciencia de ella.
Pero como consecuencia de nuestros privilegios humanos, podemos formular nuevos programas para nosotros mismos, totalmente independientes de nuestros instintos y adiestramiento. Por ello la capacidad del animal es relativamente limitada, y la del hombre, ilimitada. Pero si vivimos como animales, sobre la base de nuestros instintos, condicionamientos y condiciones, siguiendo los dictados de nuestra memoria colectiva, también nosotros seremos limitados.
El paradigma determinista proviene primariamente del estudio de animales (ratas, monos, palomas, perros) y de personas neuróticas y psicóticas. Si bien esto permite satisfacer ciertos criterios de algunos investigadores, como los de mensurabilidad y predictibilidad, la historia de la humanidad y nuestra propia autoconciencia nos dicen que este mapa en modo alguno describe el territorio.
Nuestras dotes singularmente humanas nos elevan por encima del mundo animal. La medida en que ejercitamos y desarrollamos esas dotes nos da poder para desplegar nuestro potencial humano. Entre el estímulo y la respuesta está nuestra mayor fuerza: la libertad interior de elegir.


Para equilibrar nuestra vida

En nuestra sociedad actual, vivimos desbordados por una multiplicidad de impresiones, de exigencias, de urgencias, que nos obligan a estar constantemente dependiendo del exterior, que nos obligan a estar continuamente atendiendo asuntos, problemas, gestiones, y que nos inducen a estar siempre en movimiento, en acción. Y así, si observamos nuestra vida, veremos que nos pasamos prácticamente todas las horas -desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir-, pendientes del mundo exterior.
Y eso no significa solamente pensar en el mundo exterior, sino que significa estar preocupados por el mundo exterior, estar «asomados» al exterior, pero con tensión, pues lo exterior representa para nosotros problemas que resolver, deseos que satisfacer, peligros de los que tenemos que defendernos, en definitiva significa lucha y lucha es sinónimo de tensión.
Por lo tanto, dado el estilo de vida al que conducen las condiciones de la sociedad actual, estar pendientes del exterior significa estar en tensión, porque nos pasamos todo el día cultivando nuestro desarrollo hacia fuera, desarrollando nuestra mente, desarrollando nuestros sentidos, nuestras facultades operativas, motoras, dinámicas. Pero esto nos impide estar atentos, prestar atención, ser conscientes de nosotros mismos, darnos cuenta de que somos los protagonistas, de que somos los agentes, los «sujetos» de esta acción; y nuestro mundo interior, con sus contenidos y sus exigencias, va quedando relegado por esta prioridad que hemos aprendido a dar al mundo exterior. Así no es de extrañar que se produzcan en nosotros esos estados de fatiga, de angustia, y toda esa gran variedad de trastornos y distonías neurovegetativas que son del dominio de la medicina psicosomática.
Nuestra vida fisiológica se resiente de este estado de tensión, se padece insomnio, hipertensión, se padece del estómago, estreñimiento, se padecen muchos trastornos frente a los cuales el médico se ve impotente para actuar, pues nos dice que no tenemos nada, que nuestro organismo está bien, que los órganos están sanos, nos dice que simplemente se trata de un trastorno funcional. Y aunque esto parece que alivia mucho al médico porque nos puede ofrecer un diagnóstico, nosotros nos quedamos con la misma alteración, con el mismo trastorno que antes. Para consolarnos nos da algunas pastillas, algunos sedantes, pero sabemos que estas medicinas aunque nos calmen los síntomas (a cambio de una pequeña intoxicación del sistema nervioso), no nos resolverán en absoluto el problema, el cual volverá a presentarse una y otra vez.
Esta tensión hace que nuestra vida afectiva no pueda desarrollarse y no pueda adquirir una hondura, una amplitud, un equilibrio. Así vemos que todo el mundo anda con el ánimo colérico, con una susceptibilidad a flor de piel y que por cualquier motivo surgen disputas o problemas. Donde eso es más evidente es donde conviven las personas; en la familia, en los lugares de trabajo, se ofrece un muestrario constante de problemas debidos a esta poca fortaleza, a esta poca capacidad de encaje en el terreno afectivo. Nuestra mente se resiente también de este trastorno, pues nuestro organismo y nuestro psiquismo no están hechos para funcionar 16 ó 18 horas diarias en estado de tensión y pendientes del exterior, pues luego esta tensión se traduce en dificultad de concentración, en una disminución de la memoria -a veces en verdaderos lapsus mentales-, en una disminución de nuestra capacidad de asimilación de diferentes materias, etcétera. A veces, a la hora de solucionar problemas estamos tan tensos, tan complicados, tan «espesos», que nos es imposible encontrar las soluciones adecuadas. Se trata de un círculo vicioso en el que los problemas de funcionamiento nos plantean nuevos problemas además de los inevitables que ya nos plantea la propia vida de contacto con lo exterior. El resultado es que el ser humano vive agobiado, angustiado, pero esto parece que se considera ya como una condición normal de la persona de nuestra época.
Cuando uno se da cuenta de que esto no va, de que esto no es deseable ni correcto, sea porque ha empezado a sentir síntomas alarmantes, o simplemente porque se da cuenta de que vive un ritmo antinatural, entonces busca una solución, y la solución verdadera no consiste en medicinas paliativas, sino que consiste en recuperar lo que es el verdadero ritmo natural de nosotros mismos, de nuestra naturaleza, de nuestras funciones. Y para recuperar el ritmo, para restablecer este equilibrio, no hay más remedio que la persona aprenda a descubrirse a sí misma, aprenda a encontrarse a ella misma, aprenda a descubrir cómo funciona, qué es lo que necesita interiormente, y aprenda a encontrar esas fuerzas interiores que tiene de reserva y que habitualmente no aprovecha, esas zonas de tranquilidad, de silencio, las cuales son la base de nuevas energías, de nuevas evidencias y de un nuevo entusiasmo para vivir.
Se dice que el hombre de hoy en día está alienado, con lo cual se quiere decir que está fuera de sí, que está enajenado. En efecto, el hombre está fuera de su eje, no vive centrado sino que vive retorcido hacia el exterior, y si quiere recuperar su equilibrio tiene que aprender a abrirse interiormente, a vivir su mundo interior al mismo tiempo que vive el mundo exterior, y sólo así evitará esa crispación, esa basculación constante hacia esta parte puramente exterior de su vida. Entonces el trabajo interior se convierte en un remedio eficaz, absoluto, definitivo, para sanar esos trastornos funcionales, esas distonías neurovegetativas y en general todas las enfermedades que son consecuencia de un modo anormal, no centrado, que son consecuencia de un modo defectuoso de estar en el mundo.

Para mejorar nuestra personalidad


Éste es otro objetivo del trabajo interior. Hay personas que aunque puedan tener esos problemas, no se dan cuenta de ellos, quizá porque esos problemas no alcanzan en ellos una urgencia, una gravedad. Por otra parte, sienten con más fuerza la necesidad de desarrollar unas nuevas capacidades, porque la vida exterior lo exige, y se dan cuenta de que si pudieran dar un rendimiento superior tendrían unas posibilidades (profesionales, sociales) mayores que las que tienen actualmente. También se da cuenta la persona de que si quiere ser más capaz es de su interior que debe adquirir esta capacidad, es desde dentro que se ha de desarrollar. Entonces esta cultura interior de las facultades, esta cultura que no depende de los libros, que no se adquiere como los conocimientos técnicos sino que requiere una gimnasia interior, ese desarrollo interior, ha de hacerse mediante unas prácticas determinadas que le permitan ejercitar de una manera sistemática y directa sus facultades interiores.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario