Si la única visión que tenemos de nosotros mismos
proviene del espejo social (del actual paradigma social y de las opiniones,
percepciones y paradigmas de las personas que nos rodean), la concepción que
tengamos de nosotros será como la imagen reflejada en los espejos deformantes
de las ferias.
«Siempre te retrasas.»
« ¿Por qué no puedes mantener las cosas en orden?»
« ¡Tienes que ser un artista!»
« ¡Comes como un cerdo!»
« ¡Me parece increíble que hayas ganado!»
«Esto es tan simple... ¿Por qué no lo comprendes?»
Estas imágenes están como desmembradas y carecen de
proporción. A menudo son más proyecciones que reflejos: proyectan las
preocupaciones y las debilidades de carácter de las personas en las que se
originan, y no nos proporcionan un reflejo correcto de lo que somos.
El reflejo de los actuales paradigmas sociales nos
dice que estamos en gran medida determinados por el condicionamiento y por
ciertas condiciones. Aunque hayamos reconocido el tremendo poder del condicionamiento
en nuestras vidas, decir que estamos determinados por él, que no tenemos
ningún control sobre esa influencia, genera un mapa totalmente distinto.
Hay en realidad tres mapas sociales, tres teorías
deterministas ampliamente aceptadas, que independientemente o en combinación,
pretenden explicar la naturaleza del hombre.
El determinismo genético
Dice básicamente que la culpa es de los abuelos.
Ésa es la razón de que tengamos mal genio. Tus abuelos eran irascibles y eso
está en su ADN. El ADN pasa de generación en generación y tu lo ha heredado.
Además tu eres Méxican@, y así son los Méxican@.
El determinismo psíquico
Dice básicamente que la culpa es de los padres. Su
educación, sus experiencias infantiles establecieron lo esencial de sus
tendencias personales y la estructura de su carácter. A ello se debe que no te
guste estar rodeado de personas. Así es como te educaron tus padres. Te sientes terriblemente culpable si comete un
error porque en su más profundo interior recuerda la impresión emocional
recibida cuando eras muy vulnerable, tierno y dependiente. Se recuerda el
castigo, el rechazo, la comparación con los demás y los problemas emocionales,
cuando uno no se comportaba de acuerdo con lo esperado.
El determinismo ambiental
Dice que la culpa es del patrón o el jefe (o de su
esposa, su hijo adolescente, su Situación económica o la política nacional).
Alguien o algo de su ambiente son responsables de tu situación.
Todos estos mapas se basan en la teoría de
estímulo/respuesta que solemos asociar con los experimentos de Pavlov. La idea
básica es que estamos condicionados para responder de un modo particular a un
estímulo concreto.
¿Con cuánta precisión y funcionalidad describen
estos mapas el territorio? ¿Con cuánta claridad reflejan esos espejos la
naturaleza verdadera del hombre? ¿Se convierten en profecías de
autocumplimiento? ¿Se basan en principios que podemos comprobar en nuestro
interior?
Entre estímulo y
respuesta
En las más degradantes circunstancias imaginables, se
puede usar el privilegio humano de la autoconciencia para descubrir un
principio fundamental de la naturaleza del hombre: entre el estímulo y la
respuesta, el ser humano tiene la libertad interior de elegir.
La libertad de elegir incluye los privilegios que
nos singularizan como seres humanos. Además de la autoconciencia, tenemos
imaginación (capacidad para ejercer la creación en nuestras mentes,
yendo más allá de la realidad presente). Tenemos conciencia moral (una
profunda percepción interior de lo que es correcto o incorrecto, de los
principios que gobiernan nuestra conducta, y de la medida en que nuestros
pensamientos y acciones están en armonía con dichos principios). Y tenemos voluntad
independiente (capacidad para actuar sobre la base de nuestra
autoconciencia, libres de cualquier otra influencia).
Ni siquiera los animales más inteligentes tienen
esos recursos. Podemos decir, con una metáfora tomada del lenguaje de la
informática, que ellos están programados por el instinto o el adiestramiento, o
por ambas cosas. Se los puede adiestrar para que sean responsables, pero no
pueden asumir la responsabilidad de ese adiestramiento; en otras palabras, no
pueden dirigirlo. No pueden cambiar la programación. Ni siquiera tienen conciencia
de ella.
Pero como consecuencia de nuestros privilegios
humanos, podemos formular nuevos programas para nosotros mismos, totalmente
independientes de nuestros instintos y adiestramiento. Por ello la capacidad
del animal es relativamente limitada, y la del hombre, ilimitada. Pero si
vivimos como animales, sobre la base de nuestros instintos, condicionamientos y
condiciones, siguiendo los dictados de nuestra memoria colectiva, también
nosotros seremos limitados.
El paradigma determinista proviene primariamente
del estudio de animales (ratas, monos, palomas, perros) y de personas
neuróticas y psicóticas. Si bien esto permite satisfacer ciertos criterios de
algunos investigadores, como los de mensurabilidad y predictibilidad, la
historia de la humanidad y nuestra propia autoconciencia nos dicen que este
mapa en modo alguno describe el territorio.
Nuestras dotes singularmente humanas nos elevan por
encima del mundo animal. La medida en que ejercitamos y desarrollamos esas
dotes nos da poder para desplegar nuestro potencial humano. Entre el estímulo y
la respuesta está nuestra mayor fuerza: la libertad interior de elegir.
Para equilibrar nuestra vida
En nuestra sociedad actual, vivimos desbordados por
una multiplicidad de impresiones, de exigencias, de urgencias, que nos obligan
a estar constantemente dependiendo del exterior, que nos obligan a estar
continuamente atendiendo asuntos, problemas, gestiones, y que nos inducen a
estar siempre en movimiento, en acción. Y así, si observamos nuestra vida,
veremos que nos pasamos prácticamente todas las horas -desde que nos
despertamos hasta que nos vamos a dormir-, pendientes del mundo exterior.
Y eso no significa solamente pensar en el
mundo exterior, sino que significa estar preocupados por el mundo
exterior, estar «asomados» al exterior, pero con tensión, pues lo exterior
representa para nosotros problemas que resolver, deseos que satisfacer,
peligros de los que tenemos que defendernos, en definitiva significa lucha y
lucha es sinónimo de tensión.
Por lo tanto, dado el estilo de vida al que conducen
las condiciones de la sociedad actual, estar pendientes del exterior significa
estar en tensión, porque nos pasamos todo el día cultivando nuestro desarrollo
hacia fuera, desarrollando nuestra mente, desarrollando nuestros sentidos,
nuestras facultades operativas, motoras, dinámicas. Pero esto nos impide estar
atentos, prestar atención, ser conscientes de nosotros mismos, darnos cuenta de
que somos los protagonistas, de que somos los agentes, los «sujetos» de esta
acción; y nuestro mundo interior, con sus contenidos y sus exigencias, va
quedando relegado por esta prioridad que hemos aprendido a dar al mundo exterior.
Así no es de extrañar que se produzcan en nosotros esos estados de fatiga, de
angustia, y toda esa gran variedad de trastornos y distonías neurovegetativas
que son del dominio de la medicina psicosomática.
Nuestra vida fisiológica se resiente de este estado
de tensión, se padece insomnio, hipertensión, se padece del estómago,
estreñimiento, se padecen muchos trastornos frente a los cuales el médico se ve
impotente para actuar, pues nos dice que no tenemos nada, que nuestro organismo
está bien, que los órganos están sanos, nos dice que simplemente se trata de un
trastorno funcional. Y aunque esto parece que alivia mucho al médico porque nos
puede ofrecer un diagnóstico, nosotros nos quedamos con la misma alteración,
con el mismo trastorno que antes. Para consolarnos nos da algunas pastillas,
algunos sedantes, pero sabemos que estas medicinas aunque nos calmen los
síntomas (a cambio de una pequeña intoxicación del sistema nervioso), no nos
resolverán en absoluto el problema, el cual volverá a presentarse una y otra
vez.
Esta tensión hace que nuestra vida afectiva no pueda
desarrollarse y no pueda adquirir una hondura, una amplitud, un equilibrio. Así
vemos que todo el mundo anda con el ánimo colérico, con una susceptibilidad a
flor de piel y que por cualquier motivo surgen disputas o problemas. Donde eso
es más evidente es donde conviven las personas; en la familia, en los lugares
de trabajo, se ofrece un muestrario constante de problemas debidos a esta poca
fortaleza, a esta poca capacidad de encaje en el terreno afectivo. Nuestra
mente se resiente también de este trastorno, pues nuestro organismo y nuestro
psiquismo no están hechos para funcionar 16 ó 18 horas diarias en estado de
tensión y pendientes del exterior, pues luego esta tensión se traduce en dificultad
de concentración, en una disminución de la memoria -a veces en verdaderos
lapsus mentales-, en una disminución de nuestra capacidad de asimilación de
diferentes materias, etcétera. A veces, a la hora de solucionar problemas
estamos tan tensos, tan complicados, tan «espesos», que nos es imposible
encontrar las soluciones adecuadas. Se trata de un círculo vicioso en el que
los problemas de funcionamiento nos plantean nuevos problemas además de los
inevitables que ya nos plantea la propia vida de contacto con lo exterior. El
resultado es que el ser humano vive agobiado, angustiado, pero esto parece que
se considera ya como una condición normal de la persona de nuestra época.
Cuando uno se da cuenta de que esto no va, de que
esto no es deseable ni correcto, sea porque ha empezado a sentir síntomas
alarmantes, o simplemente porque se da cuenta de que vive un ritmo antinatural,
entonces busca una solución, y la solución verdadera no consiste en medicinas
paliativas, sino que consiste en recuperar lo que es el verdadero ritmo natural
de nosotros mismos, de nuestra naturaleza, de nuestras funciones. Y para
recuperar el ritmo, para restablecer este equilibrio, no hay más remedio que la
persona aprenda a descubrirse a sí misma, aprenda a encontrarse a ella misma, aprenda
a descubrir cómo funciona, qué es lo que necesita interiormente, y aprenda a
encontrar esas fuerzas interiores que tiene de reserva y que habitualmente no
aprovecha, esas zonas de tranquilidad, de silencio, las cuales son la base de
nuevas energías, de nuevas evidencias y de un nuevo entusiasmo para vivir.
Se dice que el hombre de hoy en día está alienado,
con lo cual se quiere decir que está fuera de sí, que está enajenado. En
efecto, el hombre está fuera de su eje, no vive centrado sino que vive retorcido
hacia el exterior, y si quiere recuperar su equilibrio tiene que aprender a
abrirse interiormente, a vivir su mundo interior al mismo tiempo que vive el
mundo exterior, y sólo así evitará esa crispación, esa basculación constante
hacia esta parte puramente exterior de su vida. Entonces el trabajo interior se
convierte en un remedio eficaz, absoluto, definitivo, para sanar esos
trastornos funcionales, esas distonías neurovegetativas y en general todas las
enfermedades que son consecuencia de un modo anormal, no centrado, que son
consecuencia de un modo defectuoso de estar en el mundo.
Para mejorar nuestra personalidad
Éste es otro objetivo del trabajo interior. Hay
personas que aunque puedan tener esos problemas, no se dan cuenta de ellos,
quizá porque esos problemas no alcanzan en ellos una urgencia, una gravedad.
Por otra parte, sienten con más fuerza la necesidad de desarrollar unas nuevas
capacidades, porque la vida exterior lo exige, y se dan cuenta de que si
pudieran dar un rendimiento superior tendrían unas posibilidades
(profesionales, sociales) mayores que las que tienen actualmente. También se da
cuenta la persona de que si quiere ser más capaz es de su interior que debe
adquirir esta capacidad, es desde dentro que se ha de desarrollar. Entonces
esta cultura interior de las facultades, esta cultura que no depende de los
libros, que no se adquiere como los conocimientos técnicos sino que requiere
una gimnasia interior, ese desarrollo interior, ha de hacerse mediante
unas prácticas determinadas que le permitan ejercitar de una manera sistemática
y directa sus facultades interiores.
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