En la aplicación personal de la ciencia de estar bien, así como en la de la ciencia de hacerse rico, ciertas verdades fundamentales deben ser conocidas en el comienzo, y aceptadas sin cuestionamientos. Algunas de estas verdades son las que especificamos aquí.
La ejecución perfectamente natural de las funciones resulta de la acción natural del PRINCIPIO DE LA VIDA. Hay un PRINCIPIO DE LA VIDA en el universo; es la SUSTANCIA ORIGINAL de la cual están hechas todas las cosas. Esta SUSTANCIA ORIGINAL se impregna, penetra, y llena los interespacios del
universo; y está en –y a través de– las cosas, como un éter muy refinado que se difunde y esparce. Toda la vida viene de ella, su vida es toda la vida que hay.
El hombre es una forma de esta SUSTANCIA ORIGINAL, y tiene dentro de él un PRINCIPIO DE LA SALUD. (La palabra PRINCIPIO se utiliza como significado de origen). El PRINCIPIO DE LA SALUD en el hombre, cuando está en actividad constructiva completa, causa que todas las funciones voluntarias de su vida se ejecuten perfectamente.
Es el PRINCIPIO DE LA SALUD en el hombre el que realmente trabaja toda curación, sin importar que “sistema” o “remedio” sea empleado; y este Principio de Salud es traído hacia la ACTIVIDAD CONSTRUCTIVA por pensar en un CIERTO MODO.
Procedo ahora a probar esta última afirmación. Todos sabemos que las curaciones están formadas por todos los métodos diferentes y comúnmente opuestos, empleados en las varias ramas del arte de sanar. El alópata, que da una fuerte dosis de contra-veneno, cura a su paciente; y el homeópata, quien da una dosis diminuta del veneno más similar al de la enfermedad, también lo cura. Si la alopatía alguna vez curó cualquier enfermedad dada, es seguro que la homeopatía nunca curó esa enfermedad; y si la homeopatía alguna vez curó un malestar, la alopatía no habría podido posiblemente curar ese malestar. Los dos sistemas son radicalmente opuestos en teoría y práctica; y, aún así, ambos “curan” la mayoría de las enfermedades. E
incluso los remedios utilizados por médicos en una escuela no son los mismos. Vaya con un caso de indigestión a media docena de doctores, y compare sus prescripciones; es más que seguro que ninguno de los medicamentos de alguno de ellos haya sido igual al que le dieron los otros. ¿Acaso no debemos concluir que los enfermos son curados por un PRINCIPIO DE SALUD existente dentro de ellos mismos, y no por alguna de las variables de los “remedios”?
No sólo esto, sino que encontramos los mismos malestares curados por el traumatólogo con manipulaciones en la columna; por el sanador de fe con plegarias, por el científico de alimentos con menús especiales, por el científico mental con afirmaciones, y por el higienista con diferentes planes de vida. ¿A qué conclusión podemos arribar frente a todos estos hechos, sino la de que hay un PRINCIPIO DE SALUD que es el mismo en todas las personas, y que logra realmente todas las curaciones, y que hay algo en todos los “sistemas” que, en circunstancias favorables despierta a la acción al PRINCIPIO DE LA SALUD? Esto es, medicinas, manipulaciones, plegarias, menús, afirmaciones, y prácticas higiénicas curan cada vez que causan que se active el PRINCIPIO DE SALUD; y fracasan cada vez que no causan que se active. ¿Acaso
todo esto no indica que el resultado depende más de la forma en que el paciente piensa sobre el remedio, que sobre los ingredientes de la prescripción?
Hay una vieja historia que suministra una muy buena ilustración en este punto, y que brindaré aquí. Se dice que en la edad media, los huesos de un santo, mantenidos en uno de los monasterios, hacían milagros de curación; en ciertos días una gran multitud desconsolada se reunía para tocar las reliquias y ser sanada. En la
víspera de una de esas ocasiones, algunas personas obtuvieron acceso al cajón en donde estaban guardadas las reliquias que trabajaban maravillas y robaron los huesos; y en la mañana, con la multitud de pacientes acostumbrada esperando en el portal, los frailes se encontraron despojados de la fuente del poder
del milagro. Resolvieron mantener el tema en silencio, esperando que, al hacer eso, pudieran encontrar al ladrón y recuperar sus tesoros; y apresurándose al sótano del convento desenterraron los huesos de un asesino, que había sido enterrado allí muchos años antes. Colocaron éstos en el cajón, intentando crear una excusa creíble para el fracaso de que el santo realice sus acostumbrados milagros en ese día; y luego dejaron entrar a la concurrencia en espera de los enfermos y los más débiles.
Para la sorpresa intensa de aquellos que conocían el secreto, los huesos del malhechor probaron ser tan eficaces como los del santo; y las curaciones continuaron como antes. Se dice que uno de los sacerdotes dejó un relato de lo ocurrido, en el cual confesó que, para su juicio, el poder de curación había estado
todo el tiempo en las mismas personas, y nunca, en absoluto, en los huesos.
Si esta historia es cierta o no, la conclusión se aplica a todas las curas obtenidas por todos los sistemas. El PODER QUE SANA está en el paciente mismo; y que se haga activo o no lo haga no depende de los medios físicos o mentales utilizados, sino sobre la manera en que el paciente piensa en estos medios. Hay un Principio Universal de la Vida, un gran Poder de Curación espiritual; y hay un Principio de Salud en el hombre que está relacionado con este Poder de Curación. Éste puede estar latente o activo, de acuerdo a la manera en que el hombre piense. Siempre puede acelerarlo en actividad pensando de un CIERTO MODO.
Que usted esté bien no depende de la adopción de algún sistema, o de encontrar algún remedio; personas con malestares idénticos a los suyos han sido sanadas por todos los sistemas y todos los remedios. No depende tampoco del clima; algunas personas están bien y otros están enfermos en todos los climas. No depende de su ocupación, a no ser por los casos de aquellos que trabajan bajo condiciones tóxicas;
las personas están bien en todos los oficios y profesiones. Que usted esté bien depende, sobre que usted, de que comience a pensar –y actuar– en un CIERTO MODO.
La manera en que el hombre piensa sobre las cosas está determinada por lo que cree de ellas. Sus pensamientos están determinados por su fe, y los resultados dependen de que realice una aplicación personal de su fe. Si un hombre tiene fe en la eficiencia de una medicina, y es capaz de aplicar esa fe en sí mismo, esa medicina ciertamente causará que sea curado; pero aunque su fe sea grande, no se sanar á a
menos que la aplique en sí mismo.
Muchas personas enfermas tienen fe por otros, pero no por sí mismos.
Entonces, si tiene fe en un sistema de dietas, y puede aplicar esa fe personalmente, lo curará; y si tiene fe en plegarias y afirmaciones y aplica personalmente su fe, las plegarias y afirmaciones lo curarán. La fe, aplicada personalmente, cura; y no importa cómo de grande sea la fe o cómo de persistente sea el pensamiento, no lo
curará sin su aplicación personal. Para estar bien no es suficiente que el hombre deba pensar meramente en un CIERTO MODO; debe aplicar su pensamiento en sí mismo, y debe expresarlo y exteriorizarlo en su vida externa actuando de la misma manera en que él piensa.
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